Tributos

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Epílogo: La impulsora de un nuevo juego

Quisiera pedir perdón por no publicar, pero lo cierto es que lo hice adrede ya que los martes estoy bastante ocupada con clases mañana y tar...

lunes, 31 de julio de 2017

Capítulo 44: Incontrolable

Siguiente capítulo, lo bueno de tener tanto esta historia, la de Annie, como la de la Yandere terminadas es que no me siento presionada para escribir y por ende puedo ir publicando por mes o quincenas. Seguimos con más caos y un Finnick comenzando a comprender que Sean tiene un gran plan entre manos, loco o no XD
 
Capítulo 44: Incontrolable

Tan pronto como tuvo ocasión Cris le clavó un cuchillo a la chica del distrito dos, haciendo resonar el cañón ante el asombro de los tributos del distrito uno, seguidamente se echó hacía atrás, tambaleándose, estaba demasiado herido para continuar. Vio que Nolan sonreía un poco y le fulminó con la mirada, su aliado, el chico del distrito cuatro, en cambio, no parecía querer reaccionar desde que había oído el cañonazo que marcaba la muerte de su compañera de distrito, sin embargo, aquella mirada…

– No te creas que estoy de tu parte, Nolan. –Le replicó. –¿Me puedes decir por qué te asociaste con él para traicionarnos?–Nolan le mandó una mirada de disculpa y dijo.

– Porque somos similares, Cris. Los dos buscamos una forma de sobrevivir a través de nuestras propias reglas. Yo, haciendo lo que me vino en gana en esta arena, él, creando un juego a través de sus sentimientos que le permitió dominar en vez de dejar que le dominaran.–Explicó, observándolo cauteloso.–No tenía previsto traicionaros pero después de lo de esta tarde...–Negó con la cabeza, no muy contento, y Cris no pudo evitar agachar la cabeza, sintiéndose algo culpable. Ahora veía que las palabras del chico del ocho no podían ir más en serio. – Lo siento mucho, me hubiera gustado incluirte en el plan, pero tanto tú, como Jack, estabais demasiado determinados a hacer lo que fuera por ganar. Tuve que tomar una decisión y siento mucho que hayas tenido que ser el daño colateral de esta.

Cris sacudió la cabeza, incapaz de odiarle ahora mismo, en lo único que podía pensar era en la muerte de Annabelle, la muerte de Annabelle y su incapacidad de continuar.

– No importa. Solo me gustaría mandarle una disculpa a mi familia. Yo… –Cerró los ojos un instante, haciendo un esfuerzo por mantenerse en pie, y, por un momento, le pareció ver un resquicio de compasión en la mirada de Sean a la par que susurraba un nombre que no era el suyo. Un nombre que solo Nolan entendió: “Neil” –No pude conseguirlo.

Nolan negó con la cabeza y lo sostuvo con una mirada que transmitía tanto culpa como dolor. No soportaba verlo sufrir así, pero era demasiado tarde para remediarlo.

Debo continuar” Pensó. “Por mi distrito, Melania, Jara, Annabelle, él, todos. Debo continuar, pero...” Su mirada osciló tanto a Sean como a Cynthia y negó con la cabeza, si los mataba, aunque fuese por vivir, realmente estaría cayendo en su juego y eso sí que no se lo podía permitir. Seguidamente recordó las palabras del chico del distrito cuatro y supo que hacer. No es que fuera algo correcto, pero quizás funcionaría.

– No te preocupes, llegaste muy lejos, ¿sí? Ahora descansa. –Respondió. El rayo de luz del cuchillo llegó tan pronto como culminó esas palabras, haciendo que todos levantaran la mirada hacia el chico del distrito cuatro, sobrecogidos, pero el cañonazo de Cris ya había sonado.

Por un momento, al ver aquello, Nolan pensó que Sean tendría salvación, pero aquella mirada fría, casi demente, no dejaba lugar a dudas, algo había cambiado en él. Peor fue cuando sonó el himno sobre sus cabezas. El himno y un anuncio:

¡Saludos, jóvenes tributos!–Tronaba la voz de Claudis. –Primeramente felicitar a nuestra pareja de aliados encubiertos por conseguir que llegáramos a los últimos cinco en una sola noche. ¡Nos disteis un espectáculo increíble! –Nolan apretó los puños nada más oírle, espectáculo, esa era la maldita clave de todo. – Y si bien sabemos que al menos uno de ellos nos va a dar otro dentro de poco, queremos daros la oportunidad de luchar por vuestras vidas en un banquete épico. Para eso nuestros encantadores vigilantes han decidido cerrar algunas de las salidas de estas cuevas, además de desactivar algunas trampas y accionar otras, todo ello para guiaros a un centro de batalla donde los que lo necesitéis encontrareis líquidos, medicinas, y todo lo que necesitéis para darnos un buen espectáculo antes de la final ¡Espero que lo disfrutéis!

Aquellas palabras hicieron que tributos como los chicos de los distritos ocho y siete bajaran la vista a sus diversas heridas, Nolan a su brazo, dubitativo, para luego observar a William que, a pesar de tener el hombro vendado, no parecía tener muchos problemas para sostener su maza. Él le sonrió, arrogante, era obvio porque todavía no le había atacado, Cynthia. Cynthia y todo lo que había ocurrido hasta ahora. Y Jack, a su brazo izquierdo, cuya mano todavía sangraba debido a la artimaña de Giannira, eso sin contar las diversas heridas superficiales que cruzaban su cuerpo, además de un tobillo por cuyo ardor era fácil adivinar que estaba levemente torcido, si ya no estaba seguro de vencer a Sean antes, en estas condiciones…

Debía ir.

Y no fueron los únicos que reaccionaron al anuncio, tan pronto como lo oyó Cynthia observó a su novio, preocupada, era demasiado obvio lo que faltaba si quería llegar al final, un banquete era la ocasión para que aquellos dos batallaran. Un momento épico para un enfrentamiento épico. Vio que Nolan le mandaba una mirada de disculpa que la dejó tan desconcertada como sorprendida, ¿no era que el chico del distrito ocho quería vivir tanto como ella? ¿Entonces por qué parecía tan culpable?

También Sean reaccionó, y de todo menos la forma adecuada, fue casi sorpresivo el momento en que la llama encendida de dos cerillas apareció entre sus manos a la par que decía.

– No… Importa… ¡Lo que hagáis!–casi gritando, haciendo que todos repararan en él, en él y aquella luz de demencia que ahora lucían sus ojos. Pero era demasiado tarde, en el momento en que las lanzó las chispas conectaron con el suelo creando llamas que se propagaban de forma demasiado rápida. Nolan no tuvo problema en esquivar las más cercanas a su posición, pues el chico del distrito cuatro le había mostrado los puntos más peligrosos de aquel esquema y como rehuirlos al decirle aquello de salvar a quién quisiera, justo lo que quería hacer para sentirse ganador en estos juegos.

William, en cambio, no tuvo tanta suerte, y retuvo un grito al sentir aquellas llamas rozar su pierna al tirarse sobre Cynthia para evitarle daños. Todavía no comprendía del todo lo que había pasado pero la expresión de Sean, después de perder a Giannira, daba auténtico miedo. Y sin embargo si él perdía a Cynthia…

Sacudió la cabeza, sintiéndose como un estúpido por buscar motivos para empatizar con aquel tributo. No solo lo había traicionado, algo esperable tras saber lo que pretendían él y Miller, sino que, aun por encima, lo había hecho de la peor forma posible. Uniéndose con su peor enemigo para vencerle, no merecía su compasión.

Nada más calmar la chica el ardor de su pierna con un poco de agua, casi temblando, pudo desviar la mirada de las llamas que le bloqueaban, a él y los demás tributos, el camino de vuelta, y buscarle. Pero Sean ya había huido, moviéndose con una facilidad tan sorpresiva como inusual, hasta que se detuvo con una sonrisa que simple y llanamente le dio pavor, una sonrisa dirigida no tanto a él sino al cielo, el Capitolio, a la par que decía otra cosa, cuyo sentido no comprendió, antes de reírse y seguir adelante.

– No le mires así, ¿quieres?–Le reclamó la chica, bastante crítica. –No podemos atraparle ahora, y lo sabes.–Asintió, pestañeando fuertemente, casi cegado por la luz de aquellas llamas que no parecían querer disminuir, al contrario. Y Cynthia tosió un poco, a la par que se levantaba. Debía reconocer que estaba aterrada, la mirada de Sean, aquellas llamas,... Todavía no se permitía asumirlo y quizás fuese mejor así.

Cuanto más vueltas le diese a lo ocurrido hace unas horas, desde la muerte que provocó hasta que los vigilantes le permitieron volver y presenciar las demás, lo que hizo Miller al chico del doce, el grito de Giannira, y los demás cañonazos, peor se sentiría. Y no le convenía.

– Ella tiene razón, William. –Les llamó la atención Nolan, el chico del distrito ocho no solo ya estaba levantado sino que estaba completamente ileso, algo que hizo que William lo fulminase con la mirada. –En unos minutos este lugar se va a convertir en un auténtico infierno a sus manos. Tenemos que reaccionar, ir hacia el banquete, enfrentarnos, y Cynthia debe sobrevivir.

Tan pronto como lo dijo los tributos del distrito uno le miraron desconcertados y ella bajó la cabeza, avergonzada. No parecía haber vacilación en su rostro.

– ¿Por qué yo? –Preguntó directamente. –¿No quieres vivir, Nolan? –El chico del distrito ocho negó con la cabeza, riendo por lo bajo, haciendo que ella le mirase entristecida y William muy enfadado. No comprendía nada, si Nolan no quería vivir, ¿por qué había creado todo este lío?

– No quiero seguir sus juegos, Cynthia. –Explicó, haciendo que ella le mirase tan desconcertada como admirada. –La única razón por la que armé todo esto es para tener antena, mientras hacía mi pequeña rebelión, y buscaba una forma de librarme de la crueldad del Capitolio.–Miró entonces a William, quién apretaba los puños, no podía creer que los hubiera utilizado de esa forma, definitivamente no. –No quiero seguir sus juegos, ni enfrentarme a nadie que no quiera. Lo nuestro es simbólico, William, lo sabes tanto como yo. –Explicó con una pequeña sonrisa y el chico rubio, a pesar de su rabia, no pudo evitar darle la razón, eran demasiado opuestos. –Pero Sean no puede ganar los juegos, ¿comprendéis? Está demente, entiendo por qué, pero eso no quita que una vez que salga…

– Hará un desastre. –Completó Cynthia la frase, comprensiva. –Y aun así Finnick...–Sacudió la cabeza, mentalizada, ahora mismo no era momento de preocuparse por el estado del vencedor, no si quería ganar. –Está bien, si creéis que puedo conseguirlo, adelante. Necesito salir de aquí de todos modos.– Aceptó, ahora mismo era demasiado tarde para echarse atrás, estaba en la última noche de arena, con un banquete en puertas y cuatro tributos para vencer, además de aquellas llamas, sino reaccionaba sucumbiría.



– No podéis frenarlo. –Susurró Jared tan perspicaz como asustado por el espectáculo que estaba dando Sean en pantalla ahora mismo. Aquella era la última frase que dijo sonriendo antes de seguir corriendo a la par que iniciaba las demás llamas de aquella trampa mortal, corriendo y moviéndose con una facilidad sorpresiva. Sacudió la cabeza, intentando comprender, por aquella luz en sus ojos era demasiado obvio que el chico del distrito cuatro estaba delirando, sin embargo esa forma de moverse, de actuar, era casi automática.

Finnick, por su parte, tampoco entendía el significado de aquella frase, pero sí lo que dijo antes, lo mismo que Zachary entonces, (solo que el líder no deliraba), y su forma de actuar. Era como aquel día, cuando inició el incendio, mientras que Matt y aquel renegado agente de la paz luchaban para ayudar a los rebeldes a escapar del edificio de justicia e iniciar una rebelión. Vio que el mentor del distrito ocho cogía una libreta para conectar los distintos puntos de aquel incendio, mientras él todavía intentaba adivinar adónde se dirigía su tributo y lo que le ocurría.

Hizo una mueca al oír las palabras tanto de Nolan como de Cynthia, tenían razón, en definitiva tenían razón, si ya antes Sean tenía unas ideas sobre el presidente y los demás capitolinos, tan comprensibles como aterradoras, después de aquello no habría forma alguna de controlarlo.

Y sin embargo no puedo abandonarlo ahora mismo.” Pensó, posando la mano sobre la pantalla tan tenso como angustiado, y apretó uno de sus puños. Quería estar allí, guiarlo como hacía en el distrito cuatro, aunque no sirviese de nada. Cuando Jared, después de susurrar para sí mismo algo que sonó como “doce chispas”, con la mirada más iluminada que nunca, le preguntó.

– Finnick, ¿me puedes explicar cómo hace tu tributo para moverse por la arena en el estado en el que está? No lo entiendo.–Agachó la cabeza, tan dubitativo como temeroso, era consciente de que Sean ya había lanzado la primera piedra al admitir a Nolan lo que hizo, pero el tono tan bajo que utilizó quizás fuese suficiente para que el Capitolio no reparase mucho en ello. Suspiró.

– Porque creo que está recuperando sus recuerdos más confusos. Las alucinaciones, lo que ocurrió aquel día, realmente él...–Sacudió la cabeza todavía perplejo, en cierto modo, ya lo sabía, no en vano había advertido a Dalila. Lo había visto en varias ocasiones en el distrito cuatro, aquellos instantes en los que el chico reaccionaba de forma inesperada a ataques de su adiestradora en la academia. Y, una vez, cuando él cometió la imprudencia de defender a Nao, uno de sus amigos, del hijo de la alcaldesa, no mucho después de que Sean y él se conocieran y de que el chico pelirrojo supiera de su escrutinio y admiración…


Lo recordaba demasiado bien, era una escena muy parecida a la que había protagonizado Nolan en el centro de entrenamiento. Solo que en su caso no había habido intento de pelea porque Sean, al verle desde su posición, el como hacía frente a ese chico un año mayor que él, que se creía el dueño del distrito, lo había observado tan perplejo como admirado, para luego acercarse y apoyar una mano en el hombro de su contrincante.

– Dejalo, Nate. Meterte con ellos no va a ayudarte a ganar los juegos, ¿sabes?–Le dirigió una sonrisa tan astuta como simpática que hizo que el otro vacilara un poco. Era bien sabido por todos en el distrito cuatro la extraña complicidad que parecía haber entre aquellos dos, aunque Finnick más adelante supo que no era tal, sino un trato común entre ellos. Cuantas más relaciones tuviera Sean con hijos de personas importantes en el distrito, más protegido estaba.

No deberías meterte en esto, Sean. –Le reprochó. El chico pelirrojo se encogió de hombros.

¿Por qué no? Estoy muy aburrido de todos modos. –Explicó y Finnick no pudo evitar sofocar una risa, haciendo que Nao lo mirase tan desconcertado como enfadado. – Si necesitas desahogarte tenemos un montón de armas aquí al lado. No necesitas hacer eso.
Nathaniel o Nate, como lo llamaba Sean, lo desafió con la mirada unos instantes pero luego decidió dejarles en paz. Finnick le dirigió a Sean un “gracias” casi inaudible, que le hizo sonreír, mientras que Nao, simplemente, lo miró como si lo odiase y dijo:

¡No necesitábamos tu ayuda, niño mimado!–Aquello era una actitud de la gente de su distrito tan habitual como odiosa, ante Sean. Y es que nadie, salvo él, era capaz de ver al chico sin miedo en una persona como Sean Kingsley, un chico rico que se pasaba la vida comportándose como si todo le estuviese permitido en el distrito cuatro, cosa que no se alejaba mucho de la realidad.

Pero Sean no vaciló en fulminarlo con la mirada a la par que lo agarraba, enfadado, en aquel tiempo no era tan capaz de moderar su carácter como ahora, menos desde aquel incendio.

Escucha. –Dijo entonces. –Tal vez sea un niño mimado, pero no sé si te escapa que acabo de defenderos ¡Un poco de respeto no estaría de más! –La mirada desafiante de Nao no tardó nada en virar en algo semejante al miedo, nada más de ver aquel brillo en los ojos de Sean, aquel brillo y el hecho de que estuviera haciéndole daño. Cuando Finnick, sin vacilar, lo detuvo, tan preocupado como asustado.

Sean, ¡detente! Le estás haciendo daño.–Fue casi automática la forma en que el chico pelirrojo pareció volver a la realidad, soltando a su amigo, antes de musitar una disculpa y partir corriendo. –¿Estás bien? –Se agachó junto a Nao, preocupado, este asintió, todavía sobrecogido. Luego observó al lugar por donde había partido Sean, dubitativo. Era consciente de que si quería ocultar sus ideas sobre el Capitolio lo último que podía era relacionarse con alguien que hacía todo lo contrario, pero no podía evitar preocuparse por él.

¿Sabes? No entiendo por qué más que odiarle pareces admirarle–Le reprochó Nao, al ver como le miraba. –Está loco. –Negó con la cabeza y suspiró.

Porque creo que tiene más valor que todos nosotros, Nao. –Explicó en un susurro, ante la mirada confundida de su amigo y, sin pensar, partió tras el chico pelirrojo, al cual encontró en uno de los rincones menos vigilados de la academia con los puños apretados, a la par que murmuraba algo parecido a “Se supone que ya debería saber controlar esto por mí mismo”, frustrado.

¿Controlar qué?–Inquirió, más intrigado que asustado, no podía evitarlo, siempre había tenido una curiosidad insaciable por lo diferente, lo que no terminaba de comprender. Sean se viró hacia él y rió.

No deberías estar aquí, chico Odair. –Dijo entonces, haciéndolo reír, ¿no era él quién se le había acercado ya por segunda vez, antes?

Finnick. –Le corrigió haciendo que el otro chico arquease una ceja, mirándolo sin comprender su tranquilidad. –O Fin, así me llaman mis amigos. –Precisó, Sean lo observó sin comprender.

¿Amigo?–Asintió, en aquella época era tan inocente que no vacilaba en soltar aquellas cosas, confiar en todos quiénes lo ayudasen sin pensar, y Sean ya lo había hecho dos veces.

Después de lo de hoy creo que te podría considerar como tal. –Explicó, haciendo al chico sonreír, tan sorprendido como agradecido. – ¿Qué pasó antes?–Sean se encogió de hombros.

No sabría explicarte, ni yo mismo lo entiendo del todo. Pero es algo muy peligroso.

Y, en cierto modo, tenía razón, bastaba con ver la actitud de Sean en la arena para comprenderlo, esa locura tan sobrecogedora como aterradora.


– ¿Qué día? –Preguntó Jared, interrumpiendo sus pensamientos, mientras seguía observando, preocupado, como su tributo se las arreglaba para guiar a los chicos del distrito uno hacía el lugar donde iba a ocurrir el banquete. A William no parecía hacerle especial gracia tener que seguirle a él, menos cuando aquella situación era su culpa, pero parecía dispuesto a hacer un esfuerzo por su novia. El esfuerzo suficiente para que los espectadores volviesen a lanzar el tema del triángulo amoroso, y lo que hacía el amor de Cynthia en aquel juego. Finnick sacudió la cabeza.

– Mejor que no lo sepas. –Terció directo. –Mejor que nadie sepa la auténtica razón por la que mi tributo se empeña en recrear los Sexagésimo Segundos Juegos del hambre. Los juegos y...–Se quedó callado, sin completar la frase, y negó con la cabeza, precavido. Jared pareció comprender su intención porque no le preguntó más. “Lo que pasó después.” Completó en su mente, de eso iba el juego de Sean en realidad, mostrar lo que era y porqué, lo cual significaba que esa locura…

Justo en ese momento notó que su móvil vibraba, con un solo mensaje:

¿Cómo lo llevas?

Lyra.

¿Cómo lo llevas tú?” Tecleó rápidamente, ante la mirada sorprendida del mentor del distrito ocho, era consciente de que la Capitolina estaría todavía más angustiada que él.

Como puedo, nunca pensé que lo suyo llegase a tal extremo. Aunque eso explica bien su actitud en la arena. Creo que una parte de él sabía que pasase lo que pasase en estos juegos ya no sería el mismo.” Se quedó callado pensando, de nuevo, en el juego que llevaba su tributo en la arena, en que no se había moderado, ni con Giannira, ni con nadie, haciendo lo que quisiese siempre. El juego y las palabras que le había dicho a Giannira...

No preguntes, podrían sospechar a qué estoy jugando. No preguntes, sigue el juego...” Sacudió la cabeza intentando espantarlas, pero a estas alturas, teniendo cada vez más claro lo que pretendía Sean, era imposible. Quería comprender. Rápidamente tecleó otra cosa, más ansioso.

Lyra, ¿de qué va esto?” La respuesta de la estilista fue tan rápida como sorprendente.

Lo sabrás en su momento, Finnick. Por ahora disfruta del espectáculo que están haciendo los de arriba con tu tributo.”Apagó la pantalla del aparato, más tenso que nunca, espectáculo, esa gente no advertía lo que acababa de provocar ahora mismo, definitivamente no. Jared por su parte lo observó tan asustado como perspicaz, seguidamente dijo:

– ¿Eres consciente de que tu estilista no debería de hablar del juego así?–Asintió, él tampoco comprendía por qué ella le había respondido aquello. – ¿De que, según el Capitolio, se supone que son los tributos los que lo organizan todo para sobrevivir?–Otro asentimiento. – ¿Entonces por qué ella…?–Se quedó callado un instante para luego preguntar otra cosa. – Finnick, ¿qué pasa entre tu estilista y tu tributo?–Ya había sospechado algo al verle esa melena, pero el hecho de que ella y el chico en la arena pareciesen coordinados para revolucionar el Capitolio no daba lugar a dudas.

–Por parte de él, creo que nada aparte de amistad, pero ella...–Negó con la cabeza, recordando la melena pelirroja de la chica desde aquella entrevista. La melena y el hecho de que ya desde el día del desfile admitiese no saber si soportaría este año sin hacer una estupidez. –Lo admira demasiado.– Concluyó y entonces la comprensión brilló en los ojos de Jared, a la par que lo miraba a él y al chico pelirrojo enloquecido en la arena. Seguidamente sonrió.

– Finnick. –Dijo entonces, en un susurro. –¿Eres consciente de la influencia que tiene Sean sobre ti? ¿De qué hasta ahora no has hecho más que seguirle el juego?–Asintió.

– Lo necesitaba. –Explicó. –Necesito ser fuerte para afrontar todo esto, gane Sean o no. Y hacerme fuerte era lo que pretendía él. –Jared entonces rió, haciendo que él lo mirase desconcertado

–Dado lo que culminó haciendo Nolan desde que se juntaron nuestros dos tributos, es demasiado obvio que Sean no busca “despertar” a alguien por nada. –Desveló. –No estoy seguro de lo que busca de ti. Pero deberías pensar en lo que te dije. Buscar una ventaja como la que encontraste para tu tributo.–Le pasó la libreta para que viese el esquema, a la par que tecleaba algo en su pantalla, para que apareciesen los ratos de audiencia. Finnick comprobó, aliviado, que a pesar de lo que dijo al cielo, aquella mirada, todavía había gente dispuesta a favorecer a Sean hasta el final, más después de lo que había hecho Jack.

Pero aquello no fue lo único que le mostró el mentor del distrito ocho, también otra cosa, algo que si bien había sospechado durante el juego, nunca se detuvo a analizar hasta ahora, la popularidad de él…

Y comprendió.

– Algo que me permita dominar el juego.–Susurró para sí mismo, sonriendo. Era algo que Sean Kingsley le había mostrado en el distrito cuatro, pero que hasta sus juegos no había tenido la ocasión de poner en práctica, la mejor forma de que no lo dominasen era buscar un modo de dominar él.

Jared asintió con una sonrisa satisfecha, era demasiado interesante lo que estaba pasando en este juego, lo que estaba cambiando, y todo por unos simples tributos, chispas que se conectaban creando un espectáculo incontrolable.


– Bien. –Dijo entonces. –Voy a pedir café, tengo la sensación de que los juegos acabarán sino esta noche mañana. Y creo que los dos nos merecemos ver el final ¿Tú quieres algo?

Finnick no dudó.

–Azúcar.

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