Tributos

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Epílogo: La impulsora de un nuevo juego

Quisiera pedir perdón por no publicar, pero lo cierto es que lo hice adrede ya que los martes estoy bastante ocupada con clases mañana y tar...

martes, 5 de septiembre de 2017

Capítulo 46: Lo que se esconde tras el juego.

Primeramente quiero disculparme por no cumplir con mi actu la semana pasada, pero, con la muerte de mi bisabuela, el domingo anterior a ese martes, no estaba de humor así que estuve unos días sin hacer nada y gestionando con misas, funerales, condolencias, ... En fin, mucho lío y sentimiento.


Capítulo 46: Lo que se esconde tras el juego.



Tan pronto como el chico del distrito siete llegó a la pradera Finnick vio como su pantalla se iluminaba, a la par que Caesar celebraba el enfrentamiento del banquete con un "¡Aliados hasta el final!" Muy emocionado. Y se acercó a ella con curiosidad de ver que tenía Thalía para él, al parecer la noche de ayer había dado sus frutos.

Debía admitir que no le había gustado mucho que ella le citase justo una noche en la que estaba su tributo de caza, pero era obvio que esa mujer no admitiría un no por respuesta y él necesitaba toda la ayuda posible para sacar a Sean de la arena. Era un trato justo. Frunció el ceño al leer el mensaje incluido, ese "Tu chico es un auténtico peligro." Parecía como si la mujer se divirtiese con eso y aquello no hacía más que recordarle el mensaje de Lyra. Lo cual le irritaba. Sean había perdido el control, literalmente, lo notaba tanto en su actitud como en su mirada mientras enfrentaba a William. Había perdido el control, y como el Capitolio se siguiese divirtiendo con ello, la estilista no sería la única en deber reprimir sus ganas de hacer una estupidez.
"Mi chico está demente en estos momentos. No piensa con claridad." No vaciló en responderle aquello, de forma instantánea, a la par que miraba la información que la vigilante le había mandado sobre algunas de las plantas de la pradera. No era ninguna mentira.

En la arena el amanecer recibía al chico del distrito siete de una forma casi aliviante, vio que este se detenía, intentando serenarse y recuperar el aliento perdido. Realmente lo compadecía en estos momentos, si ya Sean era difícil de vencer estando cuerdo, ahora simple y llanamente no tendría limites. Lo había visto en su mirada desafiante al cielo mientras presumía de lo bien que se le daba controlar el juego. Eso sin contar la auténtica razón por la que Sean había llevado un juego tan crudo con él en el banquete.

– Viendo esto creo que el tributo del distrito uno debería agradecer que Nolan fuese su rival y no Sean. Tu chico es temible Finnick.–Dijo Jared acercándose a él, conciliador, asintió.

– Bueno, era de esperar. –Explicó. –Al igual que Miller, Sean siempre se ha caracterizado por ser potencialmente vengativo. Y entre lo de mi gira y la vez que los he presenciado hablando de torturarle, supongo para él atacarle así casi sería un contraataque. El que sí me da pena es Jack. –Volvió a observar al chico del distrito siete, que ahora buscaba plantas medicinales en la pradera para aliviar, tanto las heridas infligidas por Giannira, como aquel brazo, aunque dado lo que leía en su pantalla encontraría muy poco realmente eficaz. Por fortuna, no solo conocía lo suficiente sobre Nolan para poder esquivar sus trampas, sino que el público realmente se emocionó con la idea de un enfrentamiento entre ellos dos en el banquete, lo cual lo ayudó a no quedar atrapado entre el circuito de fuego de Sean. Pero debería haber pensado un poco antes de atacarle sin curarse, aunque, dado lo tanto que lo había provocado durante los juegos, casi era de esperar que no cediera antes. –Tengo una teoría de por qué lo atacó de forma tan cruda en el banquete, a quién ve Sean en él ahora. Y si es quién creo no va a tener compasión.

– ¿Quién?–Dijo entonces Jared, observando al tributo del distrito cuatro con curiosidad, el cual había dejado de correr escapando del temblor, que desestabilizó un poco al chico del siete, también, para apoyarse sobre la pared de la entrada de la pradera. Abriendo y cerrando los ojos de forma cada vez más rápida, hasta que logró estabilizarse y seguir adelante. Cada vez era más obvio que estaba alucinando y, a la vez, parecía como si las alucinaciones, la locura, lo impulsasen a avanzar por la arena. Todavía no se explicaba su actitud en el banquete, por qué había atacado a unos y no a otros, estaba enloquecido pero a la vez no parecía confundir sus enemigos tanto como se imaginaba que haría.

– Bueno, ¿quién mató a Denalie Cresta en los Sexágesimo Segundos Juegos del hambre? –Le preguntó y, por la forma en que abría la boca el mentor del distrito ocho, observando a Sean tan asustado como perspicaz, Finnick Odair supo que él también conocía la respuesta. –La locura de Sean no es tan difícil de comprender como lo parece, o quizás yo lo entiendo porque conozco su lado oscuro desde siempre. La forma en que ve el mundo desde aquellos juegos. En blanco y negro, guiándose por sentimientos tan crudos como la rabia, el odio, o el deseo de venganza para seguir adelante. Y seriamente lo comprendo, ha sufrido mucho.–Explicó observándolo ahora con más compasión que miedo, realmente le daba rabia verlo tan perdido en la arena y no poder hacer nada por él, no poder acercarse, intentar ayudarle a luchar contra su demencia, aunque no sirviese de nada.

– Lo cual explica porqué ayudó a Nolan en el banquete en vez de perjudicarlo. Aliados hasta el final, tal y como dice Caesar. –Afirmó Jared riendo para luego observar la pantalla de Finnick – ¿Sabes? Creo que independientemente de que Sean gane o no estos juegos, realmente te voy a envidiar, Finnick. No estoy seguro de como quiere terminar estos juegos Nolan, pero si es como creo habrá un auténtico revuelo en mi distrito para entonces. –Al oírlo Finnick no pudo evitar sonreír un poco observando al chico del ocho con admiración, lo adoraba, definitivamente. Tenía un valor increíble. –Y si te soy sincero tengo tan pocas ganas de controlarlo como tú a Sean.–Le desveló en un susurro inaudible. Finnick asintió, entendía porqué lo decía, la locura de Sean podría ayudarle a justificar muchos de sus actos, comenzando por ese incendio.– ¿Qué te ha dado ya sabes quién?

–Información principalmente, al parecer los venenos que tiene esta pradera no son tan letales como esperaba. Son lentos, paralizadores, y varios de ellos dolorosos pero nada cuyo efecto no pueda retrasar con el producto adecuado. –Explicó sonriendo con cierta confianza, realmente el instinto retador de Sean era su peor enemigo, la única razón por la que dejó adelantarse a Jack era porque el chico del siete suponía un auténtico desafío para él, y su amigo amaba los desafíos. – Vamos a tener un espectáculo impresionante ahora.



Justo en ese momento pudo oír como Caesar anunciaba que ya se permitían los patrocinios fuera del lugar del banquete, a la par que veía como Sean se asomaba curioseando lo que hacía el chico del siete en esa pradera. Girando el cristal para adivinar que buscaba, a la par que calculaba la, no muy larga, distancia entre ellos. Casi parecía un depredador en estos momentos. Mientras, en otro lado, la tributo del distrito uno frenaba su carrera para escapar del temblor, e inspiraba en un intento de recuperar el aliento. Parecía querer controlarse para no llorar. También William y Nolan comenzaban su batalla, pero él en lo único que podía centrarse era en la sonrisa fría y maliciosa que lucía Sean, antes de lanzar su primera hacha y así llamar la atención del chico del siete. Era tan fascinante como aterrador.

– Bueno, chico, ¿por dónde íbamos?–Dijo entonces su tributo, haciendo que el vencedor no pudiera evitar sofocar una carcajada. Jack se viró hacia él más preparado que en el banquete, enfrentándolo con un coraje impresionante, eran tan parecidos y diferentes que simplemente daba miedo.

Enseguida se defendió de la otra hacha, parecía al fin poder captar el sentido de los movimientos de su contrincante ¿O quizás no? Sean no tardó mucho en acorralarlo para que quedasen frente a frente en una zona relativamente libre de veneno y volvieron a entrechocar sus armas.

Un choque, dos, la batalla por la supervivencia de los tributos se convirtió enseguida en un pequeño duelo de ingenio. Debido a la cercanía Jack pudo aprender a fijarse más en las acciones de su enemigo o al menos lo intentaba, mientras que Sean utilizaba su empatía para captar sus intenciones. Fijándose en cosas tan insignificantes como a que dirección se viraban sus ojos antes de atacar, y como reaccionaba al hacerlo. De ahí que casi siempre sus armas chocaran en vez de esquivarse, de ahí que Sean no tuviera problemas en evitar ser rozado por el cuchillo del chico del siete a cada ocasión.

Y al mismo tiempo buscaba algo, Finnick no tardó mucho en captarlo al ver como la mano que sostenía su cristal se movía hacía arriba a la par que le atacaba con una cruel y maliciosa sonrisa. El chico del siete también pareció reparar en ello, pero lo hizo demasiado tarde, y nada más echarse hacia atrás, en un intento de esquivar un golpe dirigido a una zona mortal, la luz del sol incidió en el cristal, deslumbrándolo el tiempo suficiente para que Sean alcanzara su punto débil, aquel brazo...

Y Jack gritó.


Cuando el temblor se detuvo William fue consciente de la estupidez que hizo al intentar atacar a Sean de aquella manera. Era demasiado obvio que el chico del distrito cuatro había estado jugando con él, provocándolo, y él en vez de quedarse quieto y no ceder quiso atacarle.

Quiso atacarle, olvidando que ese chico era casi un experto en largas distancias, y ahora por ello le sangraba una mano y no quería ni meterse a establecer teorías sobre el cuchillo que se alojaba en su pierna, que no había podido retener por fijarse en aquel rayo. Aquel rayo y lo que hizo Nolan, lo mismo que no había tenido el coraje de hacer él porque hacerle daño se le hacía imposible, apartar a Cynthia de la acción.

Lo fulminó con la mirada, ¿cómo podían salirle los planes tan bien, siempre? No era justo.

– No me mires así, ¿quieres?–Le reprochó Nolan. –Date cuenta de que te acabo de hacer un favor enorme. Ella no puede vernos matarnos si quiere vivir. –William suspiró.

– Lo sé. – Admitió. – Es solo que me indigna que justo tú acabes de hacer lo que vine a hacer yo, desde el momento en que me presenté voluntario.–Apretó los puños al ver que el chico del distrito ocho sofocaba una carcajada, ¿cómo podía estar tan alegre? Él era incapaz de ello. – ¿De verdad crees que ella podrá...?–Dudó un poco, era consciente de que Cynthia sabía tan bien como él que solo podría salir de los juegos matando, pero eso no le quitaba su corazón compasivo.

– Quiero creer que llegado el momento sabrá tomar la decisión adecuada, ¿mejor ella que ellos, no crees?–Precisó levantando la vista al cielo y él no pudo evitar mirarlo algo perplejo, a la par que recordaba las palabras de Evans, dudaba mucho que Cynthia fuese capaz de soportar que torturasen hasta la muerte al chico del cuatro sin poder hacer nada. Solo había que ver lo tanto que había luchado porque, ni él, ni Miller, atacasen a Sean nunca. Y después del desafío que había lanzado Sean, en pleno banquete, era más que obvio que si el Capitolio debía elegir entre ella y él, elegiría la opción más leve.

Aún así no podía evitar inquietarse, pensar en la ínfima posibilidad de que él la matase, del mismo modo que se había pasado los juegos pensando en la posibilidad de que todos los tributos y peligros de la arena acabasen con ella. Apretó los puños con impotencia cuando vio que Nolan le pasaba aquel cicatrizante.

– ¿Qué haces?–Le preguntó algo incrédulo, ¿por qué le ayudaba? Le sería más fácil matarle sino lo hiciese. Nolan se rió.

– Contribuir al espectáculo, esa es la clave de todo esto, William. –Explicó con una gran sonrisa, esa era una de las cosas que le había dicho Sean que hiciese en aquel claro luminoso, cooperar con él para crear un espectáculo incontrolable. Ese era el plan del chico del distrito cuatro. Y aunque él sabía que los juegos no eran un espectáculo, prefería seguirle la corriente a Sean que al Capitolio.

Al fin y al cabo, no importaba que estuviese loco, no podía ignorar que llevase todos los juegos favoreciéndole a él y a los rebeldes. No podía odiarle, punto y final.

Además, dado todo lo que había pasado hasta ahora era obvio que había hecho la elección adecuada al ayudarle. Sean llevaba las de ganar, incluso aunque muriese, no importaba lo que hiciese el Capitolio, no habían podido frenarles a ninguno de los dos y era justo lo que ambos querían mostrar en este juego.

William fulminó a Nolan con la mirada incrédulo, ¿cómo podía estar tan excitado? ¿No era acaso un rebelde? No debería disfrutar aquello, menos cooperar de esa forma tan cruda, le irritaba.

– En fin, cada vez tengo más ganas de matarte así que jugaremos según tus reglas. –Cedió, situándose ante él, a la par que aceptaba curar sus heridas. No podía echarse atrás de todos modos, los vigilantes no le iban a dejar. Le había quedado claro nada más ver la grieta que se había abierto entre las diversas entradas a la pradera y ellos. Tenían que enfrentarse hasta que uno de ellos muriese.

Vio que Nolan agarraba algunos de los obsequios que quedaban del banquete, para reponerse, a la par que los vigilantes les cerraban las diversas entradas al lugar donde estaban. Parecía tan tranquilo, tan seguro, ¿por qué él no podía estarlo? Podía vencerle bien, ya lo había hecho en el baño de todos modos.

Y esta vez no estaba Cynthia delante para impedírselo.

– Hablando de eso. –Murmuró Nolan, situándose frente a él con sus dagas, para luego enfrentarlo más que preparado. – Sé que me odias y creeme cuando te digo que el sentimiento es mutuo. –Le fulminó con la mirada ampliamente, sin cortarse, del mismo modo que le había visto fulminar al presidente con la mirada el día del desfile. – Pero aun así me gustaría que no fueses cruel. Tomate-lo como una compensación a lo que hice con Cynthia, ¿sí? –Le guiñó un ojo, conciliador, y él no pudo más que asentir. Tenía razón, en definitiva tenía razón, no importaba que odiase a Nolan, ese chico acababa de abogar porque Cynthia llegase al final sin dudar, no podía agradecérselo torturándole, por más que los vigilantes lo quisiesen así.

"Si cedo a sus reglas perderé su apoyo, pero ellos no me iban a ayudar a salvar a Cynthia de todos modos. Evans me lo ha dejado más que claro y aún así..." Sacudió la cabeza, centrado, Nolan tenía razón, se lo debía.

Vio que el chico del distrito ocho le sonreía triunfal y no pudo más que fulminarlo con la mirada, a la par que al fin se decidía a atacarle. Aquello era lo que más odiaba de él, no importaba que no siguiese sus normas, llevaba las de ganar siempre. Y no era justo.

Nolan enseguida se protegió con sus dagas, a la par que retrocedía un poco en un intento de contener la fuerza de William. Había una razón obvia por la que estaba confiado, tal vez William no estaba tan irritado como en el baño de sangre, pero seguía utilizando su rabia y frustración para matar, tal y como le había indicado Jack sobre él. Mientras que él estaba bastante tranquilo, casi sonriente, lo había estado desde el momento en decidió aceptar su muerte y jugar para vencer al Capitolio. Mejor aún desde que se había unido a Sean, gracias a él había llegado a los últimos cinco, sin tener que matar a nadie, era más lejos de lo que nunca ningún rebelde podría llegar jamás.

Intentó atacar pero el chico enseguida se defendió con su maza, por lo que decidió aprovechar su habilidad con las dos manos para atacarle en la otra mano, aquella que había sido herida por Sean, antes de que le pasase el tranquilizante. Pero este no tardó mucho en captarlo, apartando la mano de tal modo que solo consiguió una herida superficial. Un choque, dos, un corte y un golpe, su batalla no parecía tan decidida como uno lo podría esperar. Lo notó en William a la par que se frustraba y le atacaba cada vez más fuerte, cada vez más frustrado, pero también, cada vez menos certero.

Y aquello le hacía sentir cada vez más esperanza de vencer ya que Nolan, además de un rebelde era un ladrón, se había acostumbrado a ser rápido, astuto, e imprevisible para sobrevivir, tanto en su distrito como en los juegos.

O al menos eso ocurrió hasta que oyó aquel grito.



– Jack. – Murmuró deteniéndose, era consciente de que era inútil preocuparse por él, no podía salvarle, pero eso no quitaba de que la mirada demente de Sean y su actitud indicaban que lo iba a hacer sufrir. Lo cual no podía evitar que le doliese. William entonces decidió aprovechar para atraparle e inmovilizarle contra el suelo, sonriendo con malicia, esperanzado en vencerle así.

No le importaba Jack en este juego, todos debían morir para que Cynthia ganase, no importa el momento, menos la forma.

Nolan, sin embargo, no se inquietó de que él estuviera encima de esa forma, al contrario, sonrió, como si tuviera la victoria en su manos. Arqueó una ceja, ¿por qué reaccionaba así?

– ¿Por qué sonríes como si fueses a ganar? Sabes que vas a morir, ¿verdad?–Le susurró con una sonrisa maléfica, buscando su miedo. Nolan río.

– Porque no importa, William, mi objetivo está cumplido. –Le desveló antes de elevar su mirada al cielo. –No importa lo que hagan, ¿me oís?, ¡no podrán detenernos siempre!–Gritó. Era algo parecido a lo que había dicho Sean antes del incendio, solo que él no estaba loco. Funcionaría.

Nada más oír esa frase William empezó a temblar de la rabia, mientras que el chico del distrito ocho seguía observándole con una arrogante sonrisa. Lo odiaba, en definitiva, odiaba su forma de actuar sin pensar en lo que provocaban sus palabras, sus actos, el riesgo que suponía para él y su distrito esa actitud. No debería de poder hacerlo.

– ¡Eres imposible! – Declaró levantando su maza, más que decidido a matarle, pero Nolan se rió, encantado, como si le hubiera dedicado un cumplido, y logró apartar su cabeza a tiempo. Enfadándole más. Justo cuando notó algo, un sonido extraño en el lugar donde esta había golpeado, pero era demasiado tarde. En apenas un segundo que tomó consciencia de la situación, de lo que se ocultaba en la zona donde Nolan lo atrajo mientras batallaban, su brazo había quedado atrapado por unos hilos casi invisibles.

Por un momento Nolan lució sorprendido, debía admitir que no creía que aquello funcionara del todo, era una buena estrategia para vencer. Pero William seguía siendo un profesional, podría haberlo adivinado bien. De hecho, quizás lo habría hecho de no haber gritado aquello, de no haberlo enfurecido, había sido algo desesperado ante el miedo de morir sin lograr nada significativo. Sonrió un poco.

– Lo que he dicho. –Le susurró. –Tal vez yo no vaya a salir de aquí, hace rato que lo asumí, pero creeme cuando te digo que tú tampoco William.

Y no mentía, tan pronto como el chico del distrito uno quedó atrapado de esa forma solo tuvo una solución, un modo de moverse, soltar al chico a la par que buscaba algo para liberarse con la otra mano, permitiendo que Nolan, en un movimiento inesperado, le clavara aquella daga en esta, para desestabilizarlo, y así lograr alcanzarle el corazón con la otra.

Y sonó un cañón.


Un cañón, dos, el tributo del distrito ocho se suicidó nada más matar a William, para sorpresa y satisfacción de la estilista del distrito cuatro, que observaba como los juegos se sucedían, entre bastidores. El como todos se dejaban llevar por aquel espectáculo sin cuestionar nada. Seguidamente desvió la cabeza a la pantalla que mostraba a Sean y no pudo evitar suspirar, apenada por su estado, la rotura más que obvia en su rostro enloquecido mientras sostenía al chico del siete, que ya yacía sin ese brazo herido y muy pocas oportunidades de salvación. Conteniéndose para no gritar de nuevo ante la forma en que el chico del distrito cuatro lo desgarraba. Era más que obvio que Sean no podía ganar estos juegos, bastaba con ver como su mirada se había ido volviendo cada vez más fría y cruel, a medida que la batalla se sucedía, como para saber que ni ella, menos Finnick, podrían impedirle hacer estragos en el Capitolio si lo hacía. Y aún así...

– El plan está funcionando a la perfección. –Susurró para sí misma, mentalizada. Y apartó la mirada de la pantalla para bajarla a la mesa, donde yacía una libreta con un dibujo de aquel incendio. El cual había diseñado el tributo del distrito cuatro ante ella, antes de partir a la arena, junto con el mismo símbolo de la nota de Nolan. Todavía recordaba lo que le había dicho entonces, lo que era, una metáfora, un espectáculo imposible de frenar tanto en la arena como fuera de ella. Lo que realmente quisieron los rebeldes de Sean Kingsley desde los once años, convertirlo en un arma para la revolución.

Un símbolo.

Alguien que de no ser por lo que ocurrió este año nunca habría terminado en los juegos, porque podía desbancarlo todo en cuestión de días, cambiar el juego a su favor, tal y como hizo en la arena.

Y habría hecho más de no haber enloquecido.

– ¡Increíble! Realmente este chico del distrito cuatro es un auténtico prodigio. – La voz de Beetee, vencedor de los Trigésimo Novenos Juegos del hambre y mentor del, ya fallecido, tributo del distrito tres sonaba casi emocionada, a su lado. – Lástima que esté loco. Creo que entre él y Finnick bien podrían hacer caer el Capitolio, si quisiesen. – Y sonrió maliciosamente. Debía de reconocer que Sean le encantaba en estos juegos, independientemente de que estuviese loco, no solo tenía un valor impresionante sino que, al igual que él, era un prodigio, un genio, alguien capaz de aprovechar todos los elementos a su favor para ganar. Del mismo modo que hizo él en su edición.

– Ahora comprendo porque los iluminaste de esa forma tras su entrevista, Lyra. – Dijo y ella se permitió el lujo de sonreír un poco.

– Y al mismo tiempo de no estar loco no habría armado tanto revuelo, ¿sabéis? –Intervino Lyme tras ellos. – No habría incendiado un edificio con once años, menos encontrado el suficiente valor para seguir haciendo estragos en el distrito cuatro desde entonces. Resulta hasta gracioso. –La vencedora del distrito dos tuvo ganas de reír al ver como varios de los presentes en aquella sala, al margen de la vigilancia del Capitolio, la observaban tan perplejos como asustados. – No me miréis así, ¿sí? No solo se lo reveló al chico del distrito ocho, sino que resulta hasta sospechoso que justo este año, estando él en los juegos es, con diferencia, la primera vez que el juego da la vuelta de una forma tan obvia como sospechosa. Del mismo modo que el juego cambió de manos en el distrito cuatro, desde el día en que este se agitó en plena gira de Enobaria.

– Lo cual explicaría la soltura de Sean para moverse por la arena a pesar de su estado. – Dedujo entonces Beetee apoyándola, a la par que se colocaba bien las gafas. – Si ya enloqueció antes debe tener una idea de cómo funciona, qué aprovechar y que no de ello, y al mismo tiempo esta vez...–Negó con la cabeza y por su expresión Lyra supo que había llegado a la misma conclusión que ella. Haymitch los interrumpió con una risa sarcástica.

– ¿Sois conscientes de que estáis reaccionando como si hubierais ganado la batalla solo porqué un loco y un suicida se hayan unido en los juegos? – Les preguntó. Debía admitir que estaba bastante malhumorado desde la muerte de su tributo masculino, incluso antes, cuando la tributo de la que se enamoró decidió jugar a los traidores junto con su compañero de distrito y el tributo del distrito cuatro. Había tenido esperanza, aparcado la bebida por él, por traerlo de vuelta sano y salvo al distrito, aunque la vida de vencedor fuese igual o más de dura que la de tributo. Y tal vez, solo tal vez, lo habría conseguido de no ser por esa debilucha del distrito ocho. La cual debía admitir que había sido bastante ingeniosa en esconder su juego hasta que Nolan explotó. Todos lo habían sido este año.

– Bueno, tenemos motivos. – Resumió Lyra y cogiendo el mando decidió saltar la emisión de los juegos, ahora mismo lo último que necesitaba era ver a Sean morir en pantalla, ya bastante le lastimaba verlo tan roto. Para pasar al canal que mostraba los distritos. Los primeros estaban bastante tranquilos, aunque en el uno parecía haber bastante expectación y no por nada, Cynthia era diferente, algo inesperado que no debió de llegar al final de una forma tan fácil. Sin embargo, tanto el cuatro como el ocho se habían rebelado nada más suicidarse Nolan. – Las primeras chispas ya están prendidas. Ahora solo nos falta buscar un modo de seguir la cadena en cada juego. No es un plan brillante pero...

– Podría funcionar bastante bien–La apoyó Seeder, sin dudar, esperanzada.– Y no solo eso, estos juegos realmente suponen un cambio. Nunca, jamás, gente como Jara, tu tributo, Haymitch, en cierto modo, la chica de Cecelia, e, incluso, los demás profesionales y el del siete, se habían congregado para proteger, no solo a ellos, sino también a la chica del distrito uno, muy a su pesar. Llevándoles casi hasta el final de una forma tan obvia como peligrosa. Es como...

– Otra cadena. Un ejemplo en cierto modo. – Completó Beetee calculador. – Lo que realmente hay que hacer para ganar, buscar un modo de proteger a quiénes podrían cambiarlo todo en cada juego hasta que...

– Logremos sacar alguno. – El vencedor del distrito doce agachó la cabeza, tan avergonzado como perplejo, nada más comprender el motivo de que los rebeldes lo hubieran citado allí, nada más verlo salir casi encolerizado de la sala del distrito siete por culpa de aquella traidora. Tenían razón, incluso aunque el Capitolio volviese a frenar las revueltas, como siempre hacía, no lograrían nada significativo si ellos seguían jugando. Solo la calma antes de la tempestad. – Está bien. Estoy dentro. No es que tenga mucho que perder de todos modos. – Se encogió de hombros.

– Bien. – Dijo entonces Beetee con una pequeña sonrisa. – Hablando de eso, el hombre del que me hablaste Lyra, ese que postula para vigilante...–Tanto Haymitch como Chaff le observaron realmente críticos hasta que el segundo intervino:

– No iréis a fiaros de él, ¿verdad? ¡Esa gente es terriblemente traicionera!–Les reprochó. Ella se encogió de hombros.

– No es que tengamos muchas opciones de todos modos. – Explicó. – No podemos permitirnos que nos ganen en cada juego si queremos lograr algo algún día. Aparte, necesito algo de él de todos modos.

– ¿El qué?–Inquirió este todavía reticente, el rostro de la estilista cambió a una extrema severidad.

– No necesitáis saberlo ahora. – Dijo entonces, más determinada que nunca, mientras apretaba de nuevo ese llavero, el cual le había confiado Sean antes de partir a la arena. Un recuerdo de Finnick que había renunciado a llevar porque estaría más seguro entre sus manos que en la arena. – Solo quedaros conque todo está bajo control.

Y no era ninguna mentira.

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Nota: Y tachán, se destapó el pastel, todos son piezas en un juego más intrigante que el del Capitolio XD. Esto se me ocurrió un poco pensando en la que armaron tras katniss y peeta, tan perfecto, quizás los de arriba no eran los únicos que probaron cosas, quizás los rebeldes también y por ello la segunda rebelión salió tan bien. Nos leemos en cuanto pueda. :D

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