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Epílogo: La impulsora de un nuevo juego

Quisiera pedir perdón por no publicar, pero lo cierto es que lo hice adrede ya que los martes estoy bastante ocupada con clases mañana y tar...

martes, 14 de marzo de 2017

Capítulo 40: Las primeras chispas

Como ya voy por el Capítulo 46 seguiré publicando. La fic me está llevando más capítulos de los que imaginé pero son tan épicos que me da algo. Todavía me cuesta creer lo bien que logré conectar mis antiguas ideas en estos juegos con las nuevas. En este capítulo vereís un poco más del pasado de Sean Kingsley y su plan en estos juegos. Espero que os guste :)


Capítulo 40: Las primeras chispas


Cuando uno planea un golpe tan destructivo, como lo fue el asalto al edificio de justicia durante la retransmisión de la penúltima etapa de la Gira de la Victoria de Ennobaria: la fiesta en el capitolio; debe calcular todo al milímetro. Así habían hecho los rebeldes a partir del esquema que había elaborado Matt Fisher, aunque por aquel entonces ese chico no era más que un miembro más de la organización, cuyo hermano mayor y también miembro, se había presentado voluntario en los Sexagésimo Segundos Juegos del hambre, para salvarle, sucumbiendo a ellos de una forma horrible.

Pero, en ocasiones, ocurren imprevistos que lo cambian todo, y hace ya cuatro años esos imprevistos habían convertido al chico Kingsley en una leyenda...

La trampilla del conducto cedió fácilmente, haciendo acceder al niño que era por aquel entonces, al centro del edificio de justicia. Debía de reconocer que estaba excitado, era la primera vez, desde que hacía parte de la organización, que participaba en un plan de acción, y no precisamente como maniobra de distracción. Y todo había sigo gracias a Matt, gracias al esquema de trampas en cadena que había diseñado para incendiar el edificio de justicia. El esquema y la relación tan cercana que tenía él con el líder de la organización rebelde: Zachary Leinor.

El mismo que se hallaba en el centro esperando por él y los últimos tramos de aquella artimaña. Un joven de veinte años cuya vida pacífica se había cortado de golpe cuando lo que la gente del distrito llamaba “accidente”, y los rebeldes “represalias encubiertas del Capitolio”, entre otros nombres no tan sutiles, terminó con sus padres, y casi con él también. Pero, extrañamente, había sobrevivido, porque uno de los más jóvenes agentes de la paz, recientemente incorporado a ese distrito nada más alcanzar la mayoría de edad, había tenido piedad de él, que por aquel entonces solo era un chiquillo asustado de catorce años. Bueno, más que piedad, desde ese día Mark se había convertido en un agente doble que lo protegía siempre, a saber por qué.

¡Bien hecho, chico Kingsley!–Lo felicitó el hombre alto, de pelo castaño liso y ojos turquesa. – Eres como una astuta ratita.

Sean rió, encantado con el cumplido que le había dedicado su tutor y líder. Todavía no podía creer que lo hubiese convencido de lo correcto de su participación, era cierto que era algo peligroso a la par que desmesurado. Pero desde que había visto aquella luz en los ojos grises de Matt, cuando lo pescó diseñando aquel esquema en el derecho de un plano, una luz con la que en aquel momento no había podido evitar sentirse identificado, no había podido echarse atrás.

Porque al igual que el chico, estaba encendido, los Sexagésimo Segundos Juegos del hambre se habían introducido en su mente de una forma sorpresiva desde la muerte de Denalie Cresta, a manos del profesional del distrito dos. Tenía pesadillas constantes, e, incluso, alucinaciones. Y lo odiaba, realmente lo odiaba, lo hacía sentirse débil, frágil y manipulable, como si no fuera más que una pieza de cristal resquebrajándose por todos lados. Por eso no había vacilado en ayudar al joven rebelde a convencer a su líder de tomar represalias, al ver aquel esquema mortífero del edificio de justicia y como destruirlo. Necesitaba hacer algo que le hiciera sentir que volvía a tener control de sus emociones y su destino.

Terminó de colocar la última trampa e, inseguro, acarició el hueco que habían formado las llamas en su guante, el día de su iniciación como arma secreta de los rebeldes de su distrito en los juegos, un hueco que formaba un símbolo que había definido a dos de los antepasados de su familia, durante los días oscuros. En aquel tiempo, al igual que Nolan, era un idealista, creía que con presentarse voluntario con dieciocho años, para luego demostrar en los juegos que era más rebelde que profesional, podría alzar a todos los distritos bajo un solo fin. No había advertido lo astuto y tétrico que podía ser el Capitolio, a la hora de manejarlo todo, hasta que conoció a Finnick Odair.

¿Crees que funcionará?–Preguntó entonces. –Esto se está desarrollando de una forma demasiado fácil.

Y tenía razón, el edificio de justicia apenas se hallaba vigilado aquel día, los rebeldes se habían introducido dentro de una forma demasiado sencilla, incluso para tratarse de un día en que la verdadera acción estaba en la plaza del distrito.

O al menos eso era la impresión que tenía, y le hacía sentirse muy inseguro.

¡Claro que sí! El plan es perfecto.–Aseguró entonces Zachary, directo, y él asintió, todavía vacilante, incapaz de sostenerle la mirada. Entonces su líder dudó, desviando la mirada a los lados, inquieto.

Había un motivo obvio, además de sus raíces, por el cual los rebeldes habían hecho lo posible por tener a Sean Kingsley en sus filas, a pesar de su temprana edad. Ese niño era demasiado inteligente como para desperdiciarlo, demasiado perspicaz. Si después de comenzar a ejecutar un plan tan bueno, como el que le había presentado Matt, tenía dudas, era porque algo no estaba yendo bien.

¿Sabes?, quizás tengas razón.–Dijo Zachary, justo en el momento en que el ruido de un disparo hizo saltar al niño, casi temblando.

¿Qué pasa?–Preguntó, pero su líder no contestó, sino que cogió el transmisor que estaba usando para comunicarse con los rebeldes, en esa operación, y le hizo la misma pregunta a Mark, una pregunta cuya respuesta no tardó apenas unos segundos en llegar:

Pasa que tenéis que iros, ¡los dos! Vi a los agentes entrar por una de las puertas de emergencia, parecen tener un plan en mente, un plan del que yo no estoy enterado, por cierto, pero cuyo objetivo es demasiado obvio. No sé como no me di cuenta antes, como no lo vi durante los juegos, ¡vienen a por ti, Zack!” Al oírlo Sean no pudo evitar mirar a su líder y amigo alarmado, no estaba seguro de poder soportar perderlo ahora mismo. “Vienen a por ti, y probablemente a por los miembros más importantes de la organización para hacerla caer. Intentaré desbancar su plan, pero tú y el niño debéis huir, ¿me oís? ¡Debéis huir!, ¡no importa que para ello tengáis que abortar plan!

En el momento en que el líder apagó el aparato estaba prácticamente temblando, lo cual sorprendió mucho a Sean ya que creía que Zachary había vivido lo suficiente para no temer a la muerte. Pero era obvio, por la luz que brillaba en sus ojos, que ese temor no iba a detenerlo ahora.

¡No pienso abortar plan!–Afirmó más para sí mismo que para él, cuando los ruidos y disparos se hicieron más comunes a su alrededor, parecía realmente enfadado. Seguidamente sus ojos conectaron y dijo, con auténtica preocupación:

Deberías irte, chico Kingsley, eres demasiado joven para morir. –Sean negó con la cabeza, no podía irse ahora. Era superior a sus fuerzas –Sean...–Volvió a intentarlo, pero se interrumpió al sentir la forma en que ahora lo abrazaba el niño.

¡No!–Dijo entonces Sean, desesperado. De ser un niño normal, en vez de un rebelde entrenado como un profesional, estaría llorando, sin embargo en su lugar había una gran determinación. –¡No pienso perderte sin luchar!

Pero chico...–Intentó hacerlo razonar, cuando la cercanía de los ruidos de pasos le hizo advertir que debían actuar cuanto antes, o sucumbirían los dos. –Está bien. –Cedió. –Pero vamos a tener que iniciar el incendio en otro punto. –Y se separó de Sean, dándole entonces la mano, decidido a protegerlo a todo precio.

Corrieron a través de los pasillos del edificio de justicia, escapando más de los agentes que de otra cosa, a su alrededor oía gritos, disparos y pasos similares a los suyos, lo que indicaba que no eran los únicos rebeldes luchando contra la “justicia” en aquel lugar. En algún momento, Zachary se detuvo para abrir una caja metálica y bajar todos los interruptores que se hallaban en su interior, apagando de golpe todas las luces del edificio. Y entonces encendió el mechero.

Pero era demasiado tarde para que ninguno de los dos soñase con huir, la luz de las linternas de dos agentes se manifestó en la sala, acorralándoles, y uno de ellos, en un tono potencialmente autoritario, gritó:

¡Cyrus Delray! ¡Deténgase, en nombre del Capitolio!–Zachary no pudo más que echarse a reír, dejándolo desprevenido.

Parece que al fin sabéis mi auténtico nombre. –Declaró, con una gran sonrisa, ante los ojos sorprendidos del niño, todo el miedo parecía haberse desvanecido de su rostro y en su lugar solo había valor. –¡No importa lo que hagáis, ¿me oís?!–Gritó entonces bien alto, para hacerse oír a través del bullicio de gritos y disparos, en el que se había convertido el asalto, y Sean vio como el mechero brillaba entre sus manos, reluciendo como un pequeño fuego entre la oscuridad. –No importa lo que hagáis ¡No podéis detener el fuego de todos los distritos! En el momento en que se prendan las primeras chispas vuestro imperio se tambaleará.– Hablaba como si se estuviera dirigiendo más al Capitolio que a los agentes de la paz. De los cuales vio como uno de ellos levantaba su arma y disparaba, haciendo caer a Zachary antes de que pudiese iniciar el fuego…


–¡Sean, despierta!–El grito de Giannira lo hizo volver a la realidad de la arena, advirtiendo que ella le miraba muy asustada. No le sorprendió verla en su tienda al despertar, ya desde el día de ayer le había insinuado, a su modo, que ya no tenían porque mantener las distancias entre ellos. Menos desde el aviso de Cynthia. –¿Estás bien? No parabas de moverte y susurrar “no”, desesperado. –Le susurró. –¿Con qué estabas soñando?

Sean sacudió la cabeza, incorporándose, era obvio que Finnick Odair no era el único que tenía problemas para dormir sin soñar, en estos juegos, él también. Ya en el tren había vuelto a tener pesadillas, pero eso era algo a lo que se había acostumbrado desde los Sexagésimo Segundos Juegos del hambre. No le había preocupado hasta el día en que había soñado con la despedida de Denalie Cresta, haciéndolo preguntarse si todavía tenía cabos por atar.

–Zachary. –Murmuró, haciendo que ella le observara tan inquieta como perspicaz, conocía ese nombre, solo había habido un Zachary en el distrito cuatro con él que Sean había tenido contacto en el pasado. Aunque, por aquel entonces, ella creía que era porque el hombre había sido su tutor personal, para ayudarle a ponerse al día con los estudios, a la par que se recuperaba de la depresión, que decían que le había surgido, como consecuencia de ver a su hermana Lorena ejecutada ante todo el distrito, por crímenes contra el Capitolio. Un hombre que tras un asalto rebelde hecho al edificio de justicia, durante la retransmisión de la Gira de la Victoria de Ennobaria, se había convertido en un mártir para los rebeldes del distrito cuatro.

Había demasiados rumores en torno a aquel incendio, a cada cual más disparatado: unos afirmaban que el hombre era quién lo había iniciado, otros aquel agente de la paz que se confesó culpable y rebelde, poco después, y otros otra persona. Aquel al que solían llamar “el chico sin miedo”.

Sean entonces se apartó de ella para ponerse a revisar su mochila, en un intento de alejar el incidente del edificio de justicia de su cabeza. El incidente y lo último que recordaba antes de que todo adquiriera un tinte demasiado rojo en su mente, rojo y brillante, como la llama que había brillado en las manos de Zachary entonces...Y sin embargo… Estaba seguro de que no había sido su líder el que había iniciado el fuego. No le había dado tiempo. Lo hizo él.

–Giannira. –Susurró. –No te parece extraño que un profesional como yo, haya recibido las armas justas para iniciar un incendio, cuando hasta ahora no había dado indicios de querer o siquiera saber hacerlo, durante los juegos. –Ella entonces lo miró, recordando que no lo había visto en ningún momento durante la retransmisión, en cambio a sus padres sí. Era algo extraño ya que no creía que los Kingsley dejasen a su niño mimado solo, durante una noche tan importante como esa. Desde la muerte de Denalie Cresta, Sean no parecía estar bien, aunque ella no lo conocía lo suficiente como para saber por qué.

Y entonces surgió aquel incendio y los Kingsley miraron asustados al edificio de justicia, a la par que todo se volvía un caos en la plaza del distrito cuatro. Su padre le agarró de la mano, a ella y a su mujer, instándole a mantenerse juntos para luego huir hacia la casa. Varios habitantes del distrito lo imitaron, mientras que otros, esperaron a que los primeros rebeldes salieran del edificio. Todavía recordaba la mirada encendida del hermano de su tributo muerto en los Sexagésimo Segundos Juegos del hambre, aquel chico de dieciséis años, gafas, y ojos grises, que le había parecido ver correr hacia el edificio de justicia, cuando el ruido de la pantalla del Capitolio dejó de ser capaz de ensordecer los disparos que de ahí provenían: Matt Fisher. Una mirada que volvió a ver entonces, antes de que sus padres la obligaran a ignorar lo que estaba pasando en el distrito cuatro; y luchar por volver a la tranquilidad de su casa. Él había sido uno de los primeros rebeldes en regresar vivo del edificio de justicia. Vivo y con ganas de luchar.

–No me digas que tú...–Articuló entonces ella, cayendo en la cuenta de que fue justo desde aquel día, que Sean empezó a comportarse como si fuera un niño travieso con todo permitido en el distrito. Sus bromas en el colegio siempre habían sido épicas, y por ello lo admiraba. Pero en ningún momento se había detenido a pensar que esa actitud, que lo hacía ver como uno de los chicos más traviesos y valientes del distrito cuatro, pudiera estar relacionada con aquel suceso, y la leyenda del chico sin miedo. Creía que aquello era solo una fantasía que habían creado los rebeldes, a base de sabotear plan tras plan del Capitolio, para ejercer la justicia en el distrito cuatro.

Sean asintió y, inesperadamente, la besó, trayendo recuerdos a su mente. No era su primer beso, ese se lo había dado en el ascensor del Capitolio, después del desfile, cuando le confesó que estaba enamorado de ella desde que tenía uso de razón. Pero incluso así, la sensación que le había recorrido entonces no se había desvanecido, ese choque de energías que en vez de repelerse se complementaban. Agua y fuego, calma y tempestad. Estaban conectados, lo habían estado desde jóvenes solo que hasta ese momento, en ese día, ella no lo había advertido.

–Perdoname, Giannira. –Le susurró entonces, Sean, agarrándola como si le fuera la vida en ello. –Aquel día, cuando éramos jóvenes y me dijiste que estabas conmigo, sin importar la forma en que ya te miraban tus amigas por asociarte conmigo, pude cambiarlo todo. Abrazarte y permitir que me consolaras, utilizando tu presencia a mi favor para ahuyentar el terror de mi mente. Pero no lo hice.

Sean entonces la miró a los ojos, con un brillo semejante al arrepentimiento en su mirada. Recordaba aquel día, el querer acercarse al chico desde el momento en que lo había visto cambiar, cuando Denalie cresta fue tirada a la lava que rodeaba el lugar del banquete, por el profesional del distrito dos, muriendo abrasada. Sean estaba sentado en las escaleras de su colegio, dibujando absorto, a la par que pestañeaba como si cada vez le costara más concentrarse en lo que hacía. Parecía tan perdido, tan desolado, tan roto, que no pudo evitar acercarse. Procurando consolarle al decir que sentía mucho lo de Denalie, que sabía cuanto la apreciaba.

Sean le había dicho que no se preocupara, que se recuperaría, justo cuando una de sus amigas les interrumpió, para pedirle a Giannira que partiera a junto de ella, y ella obedeció silenciosamente. Para cuando la mano de Sean Kingsley se posó sobre la suya y dijo.

Gracias. –Y no pudo más que mirarle incrédula, ¿por qué el niño hacía eso? No es como si hiciese la gran cosa.

¿Por?–Inquirió la niña que era por aquel entonces, y Sean observó a sus amigas con una extraña y natural envidia, al contrario de ella, él casi nunca estaba acompañado en el distrito, menos desde que rumoreaban que había enloquecido. Finalmente dijo:

Por preocuparte por mí, muy poca gente lo hace. A veces me siento algo solo.–En aquel momento la tristeza que albergaban sus ojos le había parecido tan palpable... Era como si se estuviera rompiendo en un millón de trozos, sin que ella pudiese hacer nada. Había querido abrazarle, abrazarle buscando el mejor modo de consolarlo, pero como todavía no existía semejante confianza entre ellos, solo dijo:

No lo hagas, estoy contigo.–Y pasó solo un segundo, apenas un segundo mientras el niño pestañeaba como si no terminara de procesar lo que acababa de decirle, un segundo en el que los dos estuvieron a punto de hacer una tontería: Abrazarse cuando en ningún momento se habían dado tiempo de conocerse lo suficiente, como para tener esa cercanía. Antes de que la volvieran a llamar, haciéndola partir de su lado, pero la promesa seguía en su mente…


–No te preocupes. –Dijo entonces, Giannira. –No tienes nada de que disculparte, me conformo conque sigas dispuesto a aceptar mi presencia a tu lado. –Sean entonces suspiró, como si vacilara por un momento, pero asintió. Si quería cumplir su objetivo, mantener sus buenos sentimientos hasta que su mentor, y demás rebeldes encubiertos, advirtiesen lo que estaba pasando en estos juegos, la necesitaba a su lado. –Bien. –Susurró entonces y, elevando la mirada al cielo, decidió dejar de actuar como si estuvieran solos en la arena, y dijo, en voz alta:

–Cambiando de tema, ¿crees que Nolan ha tenido ocasión de ver tu mensaje? –Sean dejó de revisar cosas en la mochila, sonriendo un poco, justo cuando sonó un cañonazo.

–Si todavía no lo ha hecho, me temo que le falta poco. Lo conozco tanto como me conozco, Gianni, sé que tras ver lo que le hice ver anoche en las cuevas, está a punto de explotar. –Contestó, sonriendo con auténtica malicia, en definitiva, Sean era un auténtico peligro en la arena, no sabía como no lo había advertido antes.

–Sí, en definitiva, ¡estos juegos están siendo increíbles!–Dijo ella, con auténtica emoción, aunque sin elevar demasiado la voz, y los tributos del distrito cuatro se rieron muy animados. Aquellos juegos no le podían estar saliendo mejor.


El cañonazo no solo despertó a William, que había decidido descansar un poco para que su brazo se recuperase mejor, sino que, también, hizo que Cynthia, algo sorprendida, elevara la mirada al cielo, despertando algo en ella. Acababa de advertir que si los cálculos de Sean no se equivocaban, y hasta ahora no lo habían hecho, quedaban solo diez tributos en la arena. Diez tributos divididos en dos grupos, la alianza de Jack, y la suya propia. Era el momento definitivo y todavía no estaba segura de qué hacer a partir de ahora. Solo de que estaba cansada de que William matara de esa forma tan cruda por ella, le hacía sentirse horrible y aquello no le gustaba, y que de ningún modo iba a permitir que los demás profesionales traicionasen a Sean y a Giannira, los apreciaba demasiado para ello, por más que quisiese vivir.

–No te preocupes. –Le susurró William, al ver miedo y preocupación en los ojos ambarinos de la chica, sabía que el cañonazo podía haber sido debido a cualquiera, pero la alianza de Jack estaba tan unida y dotaba, que dudaba mucho que pudiera perder un miembro a estas alturas. Era obvio lo que había ocurrido, el chico del distrito siete se había anticipado a ellos de nuevo, y se las había arreglado para eliminar el único tributo que restaba además de ellos, antes de tiempo. Echando por tierra, inconscientemente, todo el plan que habían armado para atrapar al chico del distrito cinco, antes de acabar con estos juegos de una vez por todas. –Todo saldrá bien. –Aseguró y rápidamente se incorporó, intentando pensar un modo de afrontar la batalla que les esperaba esta noche.

Si bien su brazo seguía sin estar recuperado, al fin, podía moverlo con cierta efectividad. Evans tenía razón, aquel cicatrizante era muy fuerte. Tenían buenos patrocinadores, podían ganar, sin embargo, después de ese cañonazo no podía evitar estar intranquilo. Su plan acababa de caer en picado, literalmente. Y aquello no le gustaba nada, le hacía sentir que estaba perdiendo el control de los juegos, el cual tal vez nunca hubiera tenido realmente, ya que de ser así Nolan no estaría vivo, lo habría atrapado, al igual que a todos los tributos que ahora formaban una alianza contra los profesionales. No habrían escapado de ellos en tantas ocasiones, porque los vigilantes no le habrían dejado.

Y aquello, en definitiva, le hacía sentirse tan asustado como inseguro ya que significaba que no importaba cuanta gente matara o como, los vigilantes… No estaban… De su parte.

¿Pero entonces de parte de quién están?” Se preguntó, elevando los ojos al cielo un instante, frustrado. No podía creer que todo lo que había hecho hasta ahora no hubiera servido de nada, se negaba a ello.

–Sean, Miller, Gianni, ¿habéis oído el cañonazo?–Llamó la atención de sus compañeros de alianza, al tiempo que abría la tienda del chico del distrito cuatro, que al parecer ya estaba despierto también, y había estado hablando con su compañera de distrito.

–Sí. –Dijo Sean, completamente mentalizado, mientras que Miller apareció tras William, bastante excitada también, sabía que se acercaba una buena batalla ahora mismo.–Debo de admitir que me ha sorprendido. Creía que tendríamos que encarganos del chico del distrito cinco, esta noche, y, si podíamos, lograr reducir la alianza de Jack hasta la batalla definitiva contra ellos. En fin.

Sean se encogió de hombros y William no pudo evitar notar que parecía bastante tenso, pero después de que Cynthia hablase con él, hace varias horas, no le extrañaba. Le había dado la misma ventaja que había tenido Finnick Odair el año pasado, alguien que le avisara del peligro antes de que se produjera. Para así cumplir con la petición de su chica, y darle al distrito cuatro la oportunidad de huir y trazar una estrategia, que podría llevarles tanto a la final como a la muerte. Pero el curso de los juegos lo había precipitado todo.

–Vamos a tener que tejer un buen plan.–Dijo William, asumiendo el mando de la operación, bueno, poco importaba que los chicos del distrito cuatro no pudiesen huir, era incluso mejor así.

Cynthia suspiró al ver como los demás profesionales, de nuevo, se ponían a planear como lograr matar a aquellos chicos, pero de nada servía protestar ahora mismo ¡No saldría de los juegos así! Lo sabía de sobra. Debía establecer un plan de acción, al igual que los demás.

Al inicio, Miller apostaba porque se juntasen todos los profesionales y los buscasen, el problema era que ya lo habían hecho otras veces, en pequeños grupos, y no había funcionado. La arena era demasiado grande, podrían pasarse horas buscando, unas horas que sus enemigos podían aprovechar para atraerlos hacia alguna trampa. Eso sin contar que el chico del distrito siete actuaba como si conociese todos sus planes, a base de simple observación.

–Aparte. –Terció Sean. –Apuesto lo que sea a que es precisamente lo que espera Jack. El momento justo en que vayamos todos hacia él, para hacernos caer en alguna trampa a los cinco. Mientras hacía las trampas que hice el día en que Cynthia y Giannira se quedaron en la Cornucopia, me fijé en que varios de los utensilios para ellas, habían desaparecido. Y de los tributos el único que no vi nunca en ese puesto, que como todos sabemos siempre es frecuentado por chicos de distritos desfavorecidos buscando un modo de abastecerse a través de la arena, es Nolan. –Nada más oír ese nombre William se tensó, cómo no… El chico del distrito ocho había demostrado no estar para nada mal dotado de trucos, a lo largo de los juegos, y que uno de ellos fuera precisamente ese no le sorprendía.

–Resumiendo que es obvio que como vayamos todos juntos allí, caeremos directo en su juego. –Comprendió William, enseguida. –Pero me niego a quedarme aquí esperando como un cobarde a que me maten ¿Todavía tienes el mapa que dibujaste de la arena, antes de partir anoche? Ya sé que no es exacto, pero quizás si nos dividimos conseguiremos cubrir los puntos claves de cada camino y así acorralarlos en algún lugar que no puedan usar para vencer. Las cuevas son terreno de los vigilantes, ¿verdad?

Al ver la forma en que asentía el chico del distrito cuatro se dio cuenta de que él podría no ser el único enterado de como funcionaban los juegos de verdad, a quién podías convencer para vencer. Ya fuese llamando su atención, comportándote como el profesional ideal, o, utilizando el público a tu conveniencia. Y era obvio, desde el momento en que había confesado su amistad con Finnick Odair, en su entrevista, la táctica que estaba utilizando Sean.

–Entonces quizás podamos usarlas. –Sugirió. –No estoy seguro de que piensan los vigilantes de estos juegos, pero dudo mucho que ahora estén dispuestos a apoyar a un tributo como Nolan hasta el final, solo porque el público quiere verlo enfrentarse a mí. No son tan idiotas.

–Pero William... –Protestó Cynthia, algo asustada –¡No podemos separarnos ahora, y menos quedar a merced de esa gente!–Declaró en voz alta, haciendo que su chico la observase algo crítico. –Son mucho más imprevisibles de lo que puede ser cualquier persona. Están dispuestos a lo que sea para sacar a su vencedor y entorpecer a los demás. Podrían hacer cualquier cosa, ¿comprendes? Cualquier cosa para perjudicarnos, y nosotros no podríamos evitarlo ¡Es así como dominan los juegos! –Enfatizó la última frase de tal forma que sonó como una protesta, agachando la cabeza al advertirlo. No podía salir de los juegos así, en definitiva no, pero estaba harta de seguirle el juego a su chico por una estrategia que, visto lo que había ocurrido en los juegos, quienes habían sobrevivido, no funcionaba.

William no manejaba todo en esta arena, al contrario.

–Cynthia, compréndelo–Dijo entonces William, con mesura y temor. –Es la única forma en la que podemos tener una oportunidad de ganarles. Ellos conocen el terreno, pero no el modo de cambiarlo, nosotros tal vez sí. –Ella suspiró pero asintió, tal vez tuviera razón, pero no dejaba de estar asustada. Cada vez estaba más cerca del final, de que tuviese que ver morir a William o Nolan, si es que no los dos, ante ella, y todavía no estaba segura de como podría evitar detenerles. Menos poder soportar todas las emisiones del Capitolio sobre ellos, si ganaba los juegos.

Y sin embargo, al igual que todos, necesitaba vivir.

Sean rebuscó en su mochila hasta sacar una pequeña hoja, debía reconocerlo, estaba muy tenso, intuyendo que cada vez se acercaba más al momento de perder a Giannira. Sabía lo que pasaría entonces, intentaba evitarlo, pero bien sabía que aquello, al igual que su sueño de apartar a los Capitolinos de Finnick, era simplemente utópico.

Y no solo eso sino que, a pesar de lo que había dicho al Capitolio, no estaba muy seguro de que Nolan y él tuviesen ocasión de reencontrarse y acorralar a los demás, eso dependía de los vigilantes y no sabía si estos ya habían advertido su pequeño juego. Iban a tener que ser muy astutos.

–Dadas las veces que cambiaron las cuevas anoche el que hice antes no habría servido de nada.–Declaró. –Pero por fortuna siempre he tenido una intuición prodigiosa y he estado haciendo otros. Este es el bueno. –Afirmó, mostrándosela a los profesionales y sonrió al ver las entradas que se abrieron y cerraron, quizás su plan no tuviese tantas fallas después de todo. Solo tenía que manejarlo todo bien hasta que se produjese la siguiente explosión.

Porque entonces, tal y como había dicho Cyrus aquel día, no importaba lo que hiciese el Capitolio, sería demasiado tarde para frenarlo.

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